Una tarde de verano,
mientras dormía soñé que volaba entre el campo, de la casa de mis
abuelos, en Granada. El prado, verde con plantas salvajes, con
árboles al fondo y con el límite de las montañas. El infinito era
el cielo. Era el viento quien me invitaba a seguir soñando, a volar entre
las plantas y a nunca querer caminar. Flotaba, claro que lo hacía...
Todo lo miraba desde las alturas, donde sólo algunas personas llegan
a estar de vez en cuando durante la vida. Disfrute el momento,
disfrute el volar, disfrute el flotar y así fue como me desperté.
Me levanté y seguí caminando, para llegar a casa y volver a dormir.
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