Era María, una mujer muy bella, de una piel tan tersa como
la manzana, de una sonrisa tan hermosa. Su pelo de color castaño, largo y suave
atraía a muchos. Algunas veces se hacía mechas de color morado o azul para
llamar la atención.
María se entregó al amor, sin saber de su rumbo, sin saber
sus penas o glorias. No sabía nada, solamente se entregó a él. Fue feliz un
tiempo y luego lloró, su amor había muerto. Las palomas se lo habían llevado
durante el ocaso, no le volvió a ver.
Rezó a San Antonio, para volverse a encontrar con el amor. Hizo las
oraciones respectivas y también la novena. Entonces encontró su amor, estaba
sentando al pie de la columna que estaba en su casa. Lo acaricio, lo acercó, lo besó y lo guardo en su corazón.
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