lunes, 7 de octubre de 2013

Respirar en la ciudad

Sí, la vida da vueltas, tantas que algunas veces siento que llego a desmayarme. Que puedo perder el rumbo, pero resulta que tienen un gran significado para mí después. El sentir amor y amar todo, me da alegría, me da anhelos de seguir mi camino y que el sol alumbre y brille como lo hace cada amanecer. Me alegra saber, que aunque sean los pocos árboles que miro en mi camino, son los que guardan en ellos pájaros, mariposas, pequeños nidos y hojas verdes a pesar del humo de la ciudad. Me emociona llegar a mi lugar de trabajo y poder contemplar hacia el cielo. Observar un cielo despejado o algunas veces con nubes y otras veces con nubes que traen la lluvia consigo. Me fascina sentir el viento a mí alrededor y que me cause una leve frescura que me quita el calor que puedo sentir.

Me gusta caminar por las calles que trascurro para llegar a mi casa. Algunas veces alzo la vista otra vez al cielo, para intentar darme cuenta si ha tenido un pequeño cambio de la última vez que las vi. Pienso que sí me negara tales oportunidades, entonces caería en el cansado diario a diario del cual muchas personas que quejan. Así pues, mi día se vuelve en una hermosura que sólo la vida me regala, que me hace sentir que estoy viva, que soy un ser humano mortal intentando sobrevivir ante tantos dilemas, peligros, frustraciones, tristezas e inseguridades.

Por la tarde, hacía mi otro camino del día, observo el paisaje que me regala el pasar un puente en el cual se cruza un barranco que comunica una zona con la otra. Observo algunas veces el lado Norte y a mi regreso el lado Sur, un paisaje que me roba un aliento, un pensamiento, un respiro profundo, un poco de mi imaginación, un susurro o un anhelo. Sí hay tráfico, no importa tengo tiempo para verlo. Para identificar los colores que me ofrece un atardecer o un anochecer. Algunas veces, el vuelo de los pájaros regresando a sus nidos o los últimos rayos de sol sobre la ciudad. Y si me siento con desánimos, siento que respirando mi ser regresa a mí.

Luego la tranquilidad de la noche. La tranquilidad de estar en casa, de regresar ya sea de una fiesta, de una reunión, de una cena o de mi último trabajo. Cierro la puerta, vuelvo a respirar y siento la serenidad en mí. El resultado de haber llenado de lo poco de la naturaleza en la ciudad, de los espacios que me da para admirarle y enamorarme más de ella. Querer escuchar el sonido de la lluvia que cae sobre el asfalto desde mi ventana o el dejar que la música que me gusta suena, mientras observo los últimos carros de esa noche. Decido, algunas veces lo que dure el cigarro, la taza de café o lo que mi ser quiera.  Observo los cuadros que tengo, los recuerdos de algunos viajes en presentes o me dejo cautivar por la música.


Me voy a la cama y duermo. Al día siguiente sé que la naturaleza me sorprenderá con sus pequeños detalles, con los tonos, colores, olores de cada día. Entre el humo, la bulla de la ciudad y mi amor a lo que siento por ella. A los pequeños detalles que también encuentro en amigos, a una sonrisa, un gesto, un baile o algún chiste. Simplemente, me deje cautivar por el ritmo de la vida, entre las prisas y el respiro profundo que cosecha mi diario vivir.










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