Sí, la vida
da vueltas, tantas que algunas veces siento que llego a desmayarme. Que puedo
perder el rumbo, pero resulta que tienen un gran significado para mí después.
El sentir amor y amar todo, me da alegría, me da anhelos de seguir mi camino y
que el sol alumbre y brille como lo hace cada amanecer. Me alegra saber, que
aunque sean los pocos árboles que miro en mi camino, son los que guardan en
ellos pájaros, mariposas, pequeños nidos y hojas verdes a pesar del humo de la
ciudad. Me emociona llegar a mi lugar de trabajo y poder contemplar hacia el
cielo. Observar un cielo despejado o algunas veces con nubes y otras veces con
nubes que traen la lluvia consigo. Me fascina sentir el viento a mí alrededor y
que me cause una leve frescura que me quita el calor que puedo sentir.
Me gusta
caminar por las calles que trascurro para llegar a mi casa. Algunas veces alzo
la vista otra vez al cielo, para intentar darme cuenta si ha tenido un pequeño
cambio de la última vez que las vi. Pienso que sí me negara tales oportunidades,
entonces caería en el cansado diario a diario del cual muchas personas que
quejan. Así pues, mi día se vuelve en una hermosura que sólo la vida me regala,
que me hace sentir que estoy viva, que soy un ser humano mortal intentando
sobrevivir ante tantos dilemas, peligros, frustraciones, tristezas e
inseguridades.
Por la tarde,
hacía mi otro camino del día, observo el paisaje que me regala el pasar un
puente en el cual se cruza un barranco que comunica una zona con la otra.
Observo algunas veces el lado Norte y a mi regreso el lado Sur, un paisaje que
me roba un aliento, un pensamiento, un respiro profundo, un poco de mi
imaginación, un susurro o un anhelo. Sí hay tráfico, no importa tengo tiempo
para verlo. Para identificar los colores que me ofrece un atardecer o un
anochecer. Algunas veces, el vuelo de los pájaros regresando a sus nidos o los
últimos rayos de sol sobre la ciudad. Y si me siento con desánimos, siento que
respirando mi ser regresa a mí.
Luego la
tranquilidad de la noche. La tranquilidad de estar en casa, de regresar ya sea
de una fiesta, de una reunión, de una cena o de mi último trabajo. Cierro la
puerta, vuelvo a respirar y siento la serenidad en mí. El resultado de haber
llenado de lo poco de la naturaleza en la ciudad, de los espacios que me da
para admirarle y enamorarme más de ella. Querer escuchar el sonido de la lluvia
que cae sobre el asfalto desde mi ventana o el dejar que la música que me gusta
suena, mientras observo los últimos carros de esa noche. Decido, algunas veces
lo que dure el cigarro, la taza de café o lo que mi ser quiera. Observo los cuadros que tengo, los recuerdos
de algunos viajes en presentes o me dejo cautivar por la música.
Me voy a la
cama y duermo. Al día siguiente sé que la naturaleza me sorprenderá con sus
pequeños detalles, con los tonos, colores, olores de cada día. Entre el humo,
la bulla de la ciudad y mi amor a lo que siento por ella. A los pequeños
detalles que también encuentro en amigos, a una sonrisa, un gesto, un baile o
algún chiste. Simplemente, me deje cautivar por el ritmo de la vida, entre las
prisas y el respiro profundo que cosecha mi diario vivir.
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