Hoy inicia mi viaje,
aquel que empezó el día que me confundí de nombre y dije el de
otra persona. Estaba segura que ese no era mi nombre, pues yo me
llamo Casia Olivar. Eso es lo que dicen los papeles que cargo en mi
bolsa verde, uno es un documento de identificación, otro es la
cuenta de la luz y el otro que tengo guardado son los impuestos que
tengo que pagar. Además cargo una licencia de conducir, no sé
porque la tengo porque recuerdo que no sé manejar carro. Son varios
los papeles importantes y en todos aparece el nombre de Casia Olivar.
El día que salía de
mi casa para empezar mi viaje hacia el Norte, estaba segura que me
llamaba Lorena Méndez. Supongo que tenía presente dicho nombre por
haber leído el periódico o alguna revista. Quizás pensé que quien
se llamaba así, era parecida a mi y por eso guarde dicho nombre en
mi cabeza. También me sentía nerviosa, era la primera vez que salía
de viaje y que no tenía planeado regresar a casa. Mi viaje iba a
durar lo que dura una plantación de banano, entre ocho a nueve
meses. Quería conocer varios lugares, ciudades, pueblitos o campos.
Quería tomarme fotos en los parques, en los mercados, en los
supermercados o en algún restaurante tradicional. También quería
conocer gente, hablarle a muchas personas para que me contaran sobre
su país, que les gusta y que no les gusta, actualizarme sobre temas
políticos, sociales, económicos y sobre todo artísticos.
El motivo principal de
mi viaje era el arte y así cuando regresara a mi casa poner mi
propio museo. En la casa, mi madre guardaba muchas cosas. Algunas
eran muy antiguas y otras eran modernas. Guardaba también las
botellas de licor que le regalaban desde hace veinte o treinta años.
Tenían tanto tiempo de estar guardadas, que el aroma del licor se
sentía fuerte, tan así que se lograba diferenciar entre el alcohol
y la bebida. Probé un whisky que me gustó, generalmente el whisky no
me gustaba. No sabría decir sí por la marca o por el tiempo que
tenía guardado, pero fue mi favorito por un tiempo. La botella se
acabo y nunca se dio cuenta que hacía falta una. También me bebía
las botellas de vino, las de tinto destapaban mi nariz, ya fuera por
el trago o simplemente por el aroma. Cuando estaba enferma, era el
mejor remedio que podía tomar. No comprendía para que las guardaba
tanto, pero intentaba que nadie se diera cuenta de la ausencia de las
botellas y así no tener líos.
En algún tiempo llegué
a pensar que las botellas serían perfectas para ser exhibidas en el
museo, pues con el paso del tiempo cambian. Entonces, si las que
exhibía y aún no estaban abiertas, creía que tendrían un valor
mayor y mi museo tendría objetos valiosos. Tenía muchas ideas para
el museo, pero quería conocer otros museos para organizarlo,
edificarlo bien y que fuera lo más creativo que yo pudiera esperar
de mi.
Tal vez por ello fue
que confundí mi nombre, tenía tanto en la cabeza, pensamientos,
ideas y de lo que sería mi viaje. Al salir de casa, un hombre en la
esquina me preguntó sí sabía la hora y le dije que no. Me preguntó
cual era mi nombre y fue cuando le dije que me llamaba Lorena Méndez
y seguí caminando. A la siguiente cuadra, sentí la presencia del
hombre cerca de mi, pensé que me estaba siguiendo pero no estaba
segura. Así que me metía a una cafetería, pedí un café y un
cubilete. Iba a pedir solamente el café, pero el cubilete tenía
forma de un personaje que sale en una película animada de Disney.
Así que me gustó y olía rico. Estaba tomando mi café y comiendo
el cubilete, miraba por la ventana y el señor seguía en la esquina,
haciendo como si esperaba tomar el bus que lo llevaba a la estación
de trenes.
Me seguía preguntando
sí me estaba siguiendo o no, si el camino era el mismo que yo hacía
o no. Sí me estaba siguiendo no sabía porque lo hacía, no le debo
nada a nadie y tampoco soy parte del grupo de narcotraficantes del
país. No había asaltado nadie y tampoco había hecho algo ilegal,
así que motivos principales para que alguien me siguiera no habían.
Sí para cuando terminara de tomar mi café y de comer el cubilete,
el hombre seguía ahí le preguntaría porque me seguía. Aunque
fuera sólo una idea para mi, podría ser posible que me siguiera.
Terminaba el último pedazo del cubilete, el cuál había sido toda
una maravilla para mi, porque era de amapola con turrón. Calcule
sólo dos tragos de café, vi hacía la parada y él seguía ahí.
Así que me acabe el café, tomé mis cosas y camine hacia la parada.
Igual tenía que esperar, pues ahí era donde empezaba mi viaje.
Me senté junto a él,
le vi el rostro y observé que llevaba una maleta pequeña al igual
que yo. Le pregunte si estaba esperando y me dijo que si. Que iba
hacia el Norte en búsqueda de su hija, pues había salido de viaje
hace dos meses y que no regresaba aún. Tenía un número al cual le
llamaba, pero no le contestaba, se sentía preocupado y por eso había
decidido salir de viaje. Así fue como terminó de responder mi
pregunte. Le creí su historia y ya no sentí la necesidad de
preguntarle si me seguía o no. Yo le conté mis motivos del viaje
también, le conté un poco sobre la idea que tenía del museo y que
no estaba segura cuando regresaría a mi casa. No me dijo nada más,
medio sonrío y miro hacia el cielo.
Al poco tiempo, llegó
el bus. Quizás espere unos cinco minutos. Cuando subía, me sentí
más nerviosa, no estaba lejos de mi casa pero la expectativa y la
ansiedad me hacían sentir como me sentía. Él también se subió y
se sentó junto a mi. Habían varios asientos vacíos, pero pensé
que por corto diálogo que habíamos tenido se sentaba junto a mi. La
estación de trenes estaba a treinta minutos, así que me iba a
dormir. Saqué mi pequeña almohada que llevaba, la acomodé y
recosté mi cabeza. Él al verme, me preguntó nuevamente mi nombre y
le dije que me llamaba Lorena Méndez. Voltee la mirada, acomode mi
cabeza y me quede dormida.
El bus llegó a la
estación de trenes, se detuvo y empezamos a bajar. Llegué a la caja
para comprar mi boleto, pagué e iba a buscar mi bus. Seguía
pensando sobre el viaje y no me fije en un hoyo que había ahí. Me
caí y mi cabeza rebotó. Quede inconsciente y la persona que llego a
asistirme fue él. Llamó a los bomberos y revisó mi bolso verde
para buscar algún número y comunicarse con mi familia. Fue ahí donde
se dio cuenta de mi verdadero nombre, Casia Olivar.
Fue ahí donde él se
dio cuenta que yo era su hija y que se preocupaba por mi, debido a mi
enfermedad. Había olvidado quien era y una familia me había
adoptado. Siempre quise salir de viaje y por eso siempre intentaba
salir de viaje. Pero esta vez, fue cuando él me encontró....
Así que hoy vuelvo a
iniciar mi viaje, rumbo hacia el Norte. La idea del museo cambió,
ahora viajo por placer. Quiero conocer y tomarme fotos, pero esta vez
no voy sola me acompaña él. Quizás cuando sentí que alguien me
seguía era más un sentimiento familiar que no logré reconocer.
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