Y me venía arrastrando
en todo el camino, no podía caminar. Mis piernas no me dejaban
caminar de pie, había recibido tres disparos en cada una de ellas y
una había sido quebrada cuando el policía me jaló para subirme al
camión. Al estar arriba, entre todos los capturados vi la luz,
resplandeciente que me quitaba el sufrimiento por un rato. Pero fue
muy poco tiempo, cuando dejé de ver la luz, te vi tirada.
Estabas con tu vestido
negro y un pantalón de lona, mi corazón se comprimió y me empecé
a gritar. No podía bajarme del camión, me golpearon en el ojo y me
dieron una patada en el estómago. Me dolió tanto que vomité, saque
de mi la manzana que había terminado antes de que los policías nos
quisieran arrestar a todos. Intente salir con todas mis fuerzas del
camión, pero no pude.
El camión arranco y
miraba como cada vez estabas más lejos de mi, no pude ayudarte. No
pude llamar a los bomberos para que te llevaran al hospital, no pude
levantar tu cara del piso de cemento, no pude cubrirte tampoco.
Estabas ahí tirada, ten débil, tan sola y yo tan cerca de ti.
Quería abrazarte, que te sintieras protegida por mi, pero no pude y
lo lamento. Estabas ahí, tirada y no logré levantarte.
Regrese la mirada y lo
que volví a ver fue mi vomito. Los restos de la manzana que no
habían sido digeridos y los que si, los que parecían un plato de
papilla para un bebé recién nacido. Me sentí frustrada, te había
dejado de hablar hace unos meses y por equivocación llegaste a donde
no tenías que llegar. Empecé a llorar, el sabor que sentía en la
boca lo confundía con lo salado de mis lágrimas y con lo dulce de
la manzana. Me levante e intente sentarme. Una chico me ayudó, quien
estaba sentado junto a mi el resto del camino hasta llegar a la
cárcel. Ya no dije nada, sólo esperaba que estuvieras bien y
volverte a ver para saber que seguías con vida.
Sabía que tu desvanecer
lo había causado yo, por verme ahí, gritando, jalonada, golpeada y
que la misma policía no respetaba mis derechos. Tú, que siempre
habías respetado las leyes, que admirabas a los policías y que me
querías tanto; me viste así. Desde antes, supuse la reacción que
tendrías cuando me vieras entre la manifestación. No pude
ocultarlo, los policías me ayudaron a exhibirme ante ti en el
momento menos deseado para mi.
Llegué a la prisión,
me hicieron hacer una fila y quede entre dos hombres, uno de ellos
era quien me ayudó a sentarme. Sabía que iba a quedarme ahí un
buen tiempo y que posiblemente jamás volvería a correr o a
caminar. Miraba mis zapatos de cuero negro cubiertos de sangre, mis
manos lastimadas, mi ropa rasgada y seguía sintiendo el sabor
agridulce de mi boca. Me seguía preguntando por ti, que habría sido
de ti, si te habían llevado al hospital y si estabas con bien. Lo
único que me importaba es que estuvieras bien, con vida. No esperaba
un milagro porque no creo en ellos, pero si esperaba volver a verte.
Un policía se acerco a
mi, me preguntó si te conocía y le dije que si. Me dejaron salir de
la prisión. Quería correr hasta donde tú estabas, pero no podía.
Tuve que aceptar que una ambulancia me llevara, además tenían que
revisar mis piernas. Pero no me importaba, lo único que quería era
volver a verte y dejar la culpa que sentía.
Estoy segura ahora, que
el peor sentimiento que una puede tener es la culpa. Ese dolor que
toca tu corazón en lo más profundo y que envenena las arterías y
venas. Así es como después todo tu ser siente culpa, remordimiento
y en cierta manera lo logras ver dentro de ti. Estaba en silencio,
pensando en ti. Que a pesar de mis ansias de volver a verte, no
podía.
Me atendió un doctor
para curarme, pero por qué curarme me dije a mi misma. Ya no tenía
remedio ni cura mi dolor, decidí que si no había solución para mi, intentaría superar mi culpa en algún momento pues quería estar
tranquila conmigo. Estaba sedada, mis acciones eran involuntarias
pero estaba llorando por ti, esperaba que no estuvieras muerta. Me
di cuenta que si te perdía probablemente sería para siempre y quería
despedirme de ti.
Yo sabía porque te
había dejado de hablar por tanto tiempo, sentía que no valía la
pena hablarte, me parecía aburrido escuchar tus penas y que siempre
fueran las mismas. No me dejaste ningún momento en paz, en
tranquilidad, había momentos que sólo quería estar sola conmigo
misma y tu no lo permitías. Fue así como me fui sintiendo abrumada,
acorralada pero a pesar de todo, te quería seguir queriendo. Tenías
desde hace mucho tiempo, un espacio en mi corazón. Habías visto
como crecía, como me convertía en una persona adulta y que ambas dejamos a atrás nuestra niñez al mismo tiempo.
Me recuerdo de cuando
era pequeña, jugando me lastimé. Tú me levantaste y curaste mis
heridas, habías quitado el sufrimiento que sentía. Te miraba y
sentía paz, hacías que dejara de llorar, secabas mis lágrimas y
luego me abrazabas. Entonces yo tocaba tu cabeza para darte consuelo
también, para disminuir tu dolor a causa de mi. Te amaba desde
siempre, desde que tenía memoria. Tú estabas en todos mis
recuerdos, en todos los momentos alegres y tristes, en los momentos
en que a pesar de quererme sentir sola, tú estabas ahí. Algunas
veces me dabas consejos y muchas veces sólo escuchabas mis quejas,
de lo que perturbaba mi corazón.
A la mañana siguiente,
me levantaba de la cama para ir a tu habitación dentro del hospital.
Mi hermana estaba triste, cuando me vio me abrazó y lloró al igual
que yo. Fui a verte a tu habitación y eras todo lo contrario a lo
que me habías acostumbrado durante tanto tiempo. Tan frágil, tan
necesitada de mi. Me abrazaste y esa misma tarde nos regresamos a la
casa. Quise que todo estuviera igual, así que intentamos hacer lo imposible para que así fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario