domingo, 1 de septiembre de 2013

En el suelo

Y me venía arrastrando en todo el camino, no podía caminar. Mis piernas no me dejaban caminar de pie, había recibido tres disparos en cada una de ellas y una había sido quebrada cuando el policía me jaló para subirme al camión. Al estar arriba, entre todos los capturados vi la luz, resplandeciente que me quitaba el sufrimiento por un rato. Pero fue muy poco tiempo, cuando dejé de ver la luz, te vi tirada.

Estabas con tu vestido negro y un pantalón de lona, mi corazón se comprimió y me empecé a gritar. No podía bajarme del camión, me golpearon en el ojo y me dieron una patada en el estómago. Me dolió tanto que vomité, saque de mi la manzana que había terminado antes de que los policías nos quisieran arrestar a todos. Intente salir con todas mis fuerzas del camión, pero no pude.

El camión arranco y miraba como cada vez estabas más lejos de mi, no pude ayudarte. No pude llamar a los bomberos para que te llevaran al hospital, no pude levantar tu cara del piso de cemento, no pude cubrirte tampoco. Estabas ahí tirada, ten débil, tan sola y yo tan cerca de ti. Quería abrazarte, que te sintieras protegida por mi, pero no pude y lo lamento. Estabas ahí, tirada y no logré levantarte.

Regrese la mirada y lo que volví a ver fue mi vomito. Los restos de la manzana que no habían sido digeridos y los que si, los que parecían un plato de papilla para un bebé recién nacido. Me sentí frustrada, te había dejado de hablar hace unos meses y por equivocación llegaste a donde no tenías que llegar. Empecé a llorar, el sabor que sentía en la boca lo confundía con lo salado de mis lágrimas y con lo dulce de la manzana. Me levante e intente sentarme. Una chico me ayudó, quien estaba sentado junto a mi el resto del camino hasta llegar a la cárcel. Ya no dije nada, sólo esperaba que estuvieras bien y volverte a ver para saber que seguías con vida.

Sabía que tu desvanecer lo había causado yo, por verme ahí, gritando, jalonada, golpeada y que la misma policía no respetaba mis derechos. Tú, que siempre habías respetado las leyes, que admirabas a los policías y que me querías tanto; me viste así. Desde antes, supuse la reacción que tendrías cuando me vieras entre la manifestación. No pude ocultarlo, los policías me ayudaron a exhibirme ante ti en el momento menos deseado para mi.

Llegué a la prisión, me hicieron hacer una fila y quede entre dos hombres, uno de ellos era quien me ayudó a sentarme. Sabía que iba a quedarme ahí un buen tiempo y que posiblemente  jamás volvería a correr o a caminar. Miraba mis zapatos de cuero negro cubiertos de sangre, mis manos lastimadas, mi ropa rasgada y seguía sintiendo el sabor agridulce de mi boca. Me seguía preguntando por ti, que habría sido de ti, si te habían llevado al hospital y si estabas con bien. Lo único que me importaba es que estuvieras bien, con vida. No esperaba un milagro porque no creo en ellos, pero si esperaba volver a verte.

Un policía se acerco a mi, me preguntó si te conocía y le dije que si. Me dejaron salir de la prisión. Quería correr hasta donde tú estabas, pero no podía. Tuve que aceptar que una ambulancia me llevara, además tenían que revisar mis piernas. Pero no me importaba, lo único que quería era volver a verte y dejar la culpa que sentía.

Estoy segura ahora, que el peor sentimiento que una puede tener es la culpa. Ese dolor que toca tu corazón en lo más profundo y que envenena las arterías y venas. Así es como después todo tu ser siente culpa, remordimiento y en cierta manera lo logras ver dentro de ti. Estaba en silencio, pensando en ti. Que a pesar de mis ansias de volver a verte, no podía.

Me atendió un doctor para curarme, pero por qué curarme me dije a mi misma. Ya no tenía remedio ni cura mi dolor, decidí que si no había solución para mi, intentaría superar mi culpa en algún momento pues quería estar tranquila conmigo. Estaba sedada, mis acciones eran involuntarias pero estaba llorando por ti, esperaba que no estuvieras muerta. Me di cuenta que si te perdía probablemente sería para siempre y quería despedirme de ti.

Yo sabía porque te había dejado de hablar por tanto tiempo, sentía que no valía la pena hablarte, me parecía aburrido escuchar tus penas y que siempre fueran las mismas. No me dejaste ningún momento en paz, en tranquilidad, había momentos que sólo quería estar sola conmigo misma y tu no lo permitías. Fue así como me fui sintiendo abrumada, acorralada pero a pesar de todo, te quería seguir queriendo. Tenías desde hace mucho tiempo, un espacio en mi corazón. Habías visto como crecía, como me convertía en una persona adulta y que ambas dejamos a atrás nuestra niñez al mismo tiempo.

Me recuerdo de cuando era pequeña, jugando me lastimé. Tú me levantaste y curaste mis heridas, habías quitado el sufrimiento que sentía. Te miraba y sentía paz, hacías que dejara de llorar, secabas mis lágrimas y luego me abrazabas. Entonces yo tocaba tu cabeza para darte consuelo también, para disminuir tu dolor a causa de mi. Te amaba desde siempre, desde que tenía memoria. Tú estabas en todos mis recuerdos, en todos los momentos alegres y tristes, en los momentos en que a pesar de quererme sentir sola, tú estabas ahí. Algunas veces me dabas consejos y muchas veces sólo escuchabas mis quejas, de lo que perturbaba mi corazón.


A la mañana siguiente, me levantaba de la cama para ir a tu habitación dentro del hospital. Mi hermana estaba triste, cuando me vio me abrazó y lloró al igual que yo. Fui a verte a tu habitación y eras todo lo contrario a lo que me habías acostumbrado durante tanto tiempo. Tan frágil, tan necesitada de mi. Me abrazaste y esa misma tarde nos regresamos a la casa. Quise que todo estuviera igual, así que intentamos hacer lo imposible para que así fuera.  




No hay comentarios:

Publicar un comentario