domingo, 29 de septiembre de 2013

La historia de un payaso

Un día buscaba entre las cosas de mi madre un vestido para ir a la fiesta de graduación de Margarita. Había guardado sus cosas después de su muerte, cuando un policía había disparado en contra de ella cuando huía de la prisión. El gobierno quiso matarla por haber actuado en contra del presidente, por querer la revolución y ser comunista. Al igual que mi padre, quien repartía volantes con mensajes subversivos en contra del Estado y que había sido muerto por la CIA.

En el baúl de los recuerdos de ella, encontré una carta de mi madre para Domingo, su gran amor y mi padre. La leí, decía:

24 de octubre de 1962

Querido amor, te confieso que lo siento por ti. El amor que el mismo amor que siento provoca en mi y la razón del porque amarte como lo hago. Pase en algún momento de mi vida una historia trágica, que no deseo recordar, que quiero olvidar pero que cada día recuerdo al ver a mi hija. Una niña preciosa que conociste cuando tenía cinco años, que le gustaba jugar con tu pelo y jalarte los bigotes. Una niña que soñaba con ser doctora cuando fuera grande, cuando tuviera la edad que tengo yo ahora.

Nos conocimos en aquel parque que estaba cerca de nuestras casas. Yo siempre iba todas las tardes con mi hija y tu hacías globos para que los padres compraran. Algunas veces me sacabas la risa con tus payasadas, con tu humor ingenuo y con las figuras de los globos. Me gustaba mucho el gato que hacías con tres globos de diferente color cada uno. Me gustó tanto el gato, que te fui a comprar uno para mi hija pues me parecía muy aniñado comprar uno para mi y no para mi hija.

Al acercarme a ti, hiciste una broma y me reí. Reí tanto que tú, siendo un payaso de profesión te di pena. Fue ahí donde me di cuenta de mi risa y me callé. Mi hija también reía conmigo, escogió el gato que ella quería, uno que era de color amarillo, verde y morado. Te pague, nos volvimos a sonreír y nos fuimos del parque. Me quede pensando en que tenías los mismo ojos que San Juan Bautista y fue así como me gustaste aquella tarde.

Después de aquel día, siempre salíamos a la misma hora del parque. Me acompañabas a mi casa y siempre llegamos mi hija y yo felices de haberte visto y de haber compartido contigo un rato agradable. Me recuerdo como te costó preguntarme por el padre ausente de mi hija y te conteste que era madre soltera y que así estaba muy bien. También me preguntaste por algún novio en mi vida y te comenté que tampoco había novio alguno. No quise decirte más ni darte más razones, pero viste el camino libre para ti.

Te comenté que me gustaban los gatos que hacías con los globos, cada día me regalabas uno y yo me emocionaba. Los empezaste a cambiar también, recuerdo uno que hiciste de gran tamaño que lo deje cerca de la puerta de la cocina que era el único lugar que había encontrado para el gato. Mi hija era feliz, jugaba con ellos, le ponía nombres a cada uno y los reconocía por los colores. Yo algunas veces le ayude con los nombres y el que más me gustó fue Serafino. Un gato mediano que tenía un bigote azul de cada lado, una cola roja y su cuerpo de color amarillo.

De dejarme sólo en la puerta, pase a invitarte a tomar un café. Te sentabas en la silla que estaba cerca de la cocina, cruzabas la pierna y tus grandes zapatos a veces no me dejaban pasar. Me molestabas mucho pero también me hacías reír mucho. Te conté que trabaja como empleada doméstica en una casa cerca a la mía por la mañanas mientras mi hija iba a la guardería. No comentaste nada pero recuerdo que en esos días me sentía como me sentí cuando recibí la primera comunión.

Un día, llegué al parque sin mi hija tenía un tiempo antes de la hora a la cual iba por mi hija a la guardería. Me invitaste a un helado de carretera, compraste el cono jumbo de vainilla. Me agarraste de la mano y caminamos en el parque. Nadie dijo nada, solamente caminamos así y escuchamos el sonido del canto de algunos pájaros que andaban por ahí, el paso de los carros y el grito de los niños que jugaban. Te dije que me tenía que ir pues tenía que ir a la guardería. Me acompañaste, pero antes de llegar, cabal frente al rosal de la Nía Rosa me besaste. Primero me dijiste que yo era la única mujer que te recordaba la primera estrella de la tarde. Luego me dijiste que cerrara los ojos porque ibas a darme un regalo. Yo no quería cerrarlos, me daba vergüenza que alguien nos viera. Después de mucho rogarme te fuiste acercando poquito a poco hasta que tus labios se arrejuntaron con los míos. Sentí la boca llena de rosas.

Al poco tiempo me preguntaste si quería casarme contigo y te dije que si. Nos íbamos a ir de la ciudad porque en el circo en el que estabas, al día siguiente levantaban la carpa y seguían hacía el sur. Pero me sentía sucia ante ti, tenía que confesarte mi mayor secreto. Tenía que contarte como Don Arturo había abusado de mi y a causa de ello yo era madre. Un día antes de la última función del circo, nos juntamos en el parque como siempre. Te iba a comentar mi secreto, pero te vi algo preocupado. Traías contigo un paquete que al final lo guarde por ti porque no sabías donde esconderlo. Te dije que no juntaríamos al día siguiente en el parque, antes de medio día para dártelo. Te fuiste corriendo y yo salí del parque, unos policías me empujaron y me dijeron que querían revisar mis cosas pero les dije que no podían hacerlo. Se fueron pero tuve que pagarles con un poco de dinero para que me dejaran en paz. Antes de llegar a la guardería, el paquete cayó y soltó un montón de volantes que tenían mensajes en contra del Estado.

No comprendí porque tu participación o el de tu acción, no te miraba como la persona que podía actuar de dicha manera y que buscaran ser parte de la revolución, nunca comentaste alguna opinión en contra del presidente. Así que me quede pensando porque hacías lo que hacías, más siendo un payaso que estaba en el circo y que luego vendía globos en el parque. Yo alguna vez si te dije que estaba en contra de la reelección del presidente pero no contestaste nada ni tampoco hubo algún tipo de reacción. Así que cuando te viera, te preguntaría.

Llegó el día de hoy, el día el cual nuestras vidas se unirán por amor pero tenía que preguntar del porqué del paquete y contarte mi secreto. Nos juntamos en el parque a medio día y te pregunté. Me contaste lo triste que había sido tu infancia. Cuando los policías habían agarrado a tu padre para que confesara en donde guardaba las bombas, no lo hacía porque no quería morir y negaba todo lo que los policías decían. Tú estabas viendo como le golpeaban y como su ropa se empezó a llenar de sangre, querías que parara la tortura para con tu padre. Empezaste a llorar y seguiste con tu historia, que un policía siendo tu un niño te preguntó en donde guardaba las bombas tu padre y le fuiste a enseñar.

Tenías la esperanza que así lo dejaran tranquilo y no lo golpearan, pero después de ese día nunca más le volviste a ver. Tu mamá había muerto a los pocos días por el dolor de la muerte de tu padre y te quedaste solo. Te adoptó un extranjero que refugiaba a personas que el Gobierno buscaba para matar. Y fue así como me dijiste que jugabas con la muerte siendo un niño, pues después de la muerte de padre y madre, mirabas también como las personas que tu padre adoptivo refugiaba morían también. Habías sentido que siempre te ha acompañado la muerte y que haciendo lo que hacías, te ibas a liberar de ella. Querías luchar por justicia y que te habías asqueado y cansado de tanta desigualdad.

Terminaste diciéndome, que no olvidara que cuando el payaso ríe es porque le duele el alma. Tenías aquel gran dolor por la muerte de tu padre. Yo te conté de lo que me había pasado trabajando en la casa de Don Arturo. Tenía miedo de que me dejarás y ya no quisieras estar conmigo. Terminé de contarte la historia y me abrazaste. Lloré, lloramos y sentí que te amo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas. Sólo quiero estar contigo, tener hijos contigo y ser feliz contigo junto con mi hija. Te di el paquete y te fuiste. Quedamos de vernos cerca del circo, cuando terminara la función y así irnos.

Ahora que estoy en casa, te escribo esto de como con el tiempo, las horas juntos me enamore de ti. Me hacías reír y creo que estando juntos encontramos nuestra libertad que tanto anhelamos. Tu libertad de la muerte y la mía a causa de lo que te conté hace un rato. Te amo y espero que nuestro futuro sea como lo es nuestro amor ahora de maravilloso.

Lucía.

Terminé de leer la carta y me enteré de todo lo que no sabía. No sabía que mi madre había sido violada y por ello había nacido. Tampoco sabía que Domingo no era mi padre biológico, sino que Don Arturo, quien abuso de mi madre. Igual tampoco sabía quien era Don Arturo. Pensé que para estas fechas, ya habría muerto y que en algún momento había pagado por lo que le había hecho a mi madre. Aún así, recuerdo que mi madre Lucía me dio todo su amor y me sentía feliz junto a ella.

Observe la fecha, era el día en que ambos, mi padre y mi madre habían muerto. Empezaron a brotar unas lágrimas de mis ojos, pero me lleno saber el gran amor que le tenía, el mismo amor que le permitía amar con tanta fuerza a pesar de lo que le había ocurrido. El amor de Domingo a mi madre también era fuerte y que ambos, a través del amor habían encontrado la libertad que tanto deseaban, que había marcado su vida. No sé si fue casualidad o parte de lo que tenía que pasar, pero el día que iban a irse fue el día que murieron. Se fueron juntos al final de sus vidas, queriéndose y amándose.


Estaba y me sentía consternada, me había enterado de mi origen pero ese día también me enteré de lo grande que es el amor, lo bello de sentir amor y de expresar amor. Seguí llorando, pero me reconfortaba el afecto que guardaba en mi corazón, cuando mi madre me abrazaba, cuando me daba las buenas noches, cuando jugaba conmigo y que sabía que siempre buscó lo mejor para mi. La hermana de mi madre cuido después de mi, pero empecé a imaginar como hubiera sido mi vida en el circo, entre risas y dolores tan grandes que se adentran en el alma de las personas y que son el motivo de la búsqueda de su propia libertad.  







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