miércoles, 31 de julio de 2013

Amor y libros

Y con libros la enamoro, cada día que se veían un libro le leía, una historia nueva le contaba. Le gustaba el tono de su voz, la calidez que sentía estando junto a él. No importaba que tan largo fuera el cuento, cuántas páginas tuviera el libro, cada tarde, cada noche que se juntaban él le leía un libro a ella o parte del libro, pero así fue como le empezó a gustar la literatura, los cuentos, las fábulas, los libros antiguos que nunca había visto antes. Se había enamorado de su voz, de las historias que escucha, de la sensualidad de las palabras.  Le fascinaban las pausas que hacía cada vez que encontraba una coma o un punto en la lectura, era como si terminara de saborear las palabras.

Al principio él no sabía que ella no podía leer, siempre intentaba que leyera un párrafo de cualquier capítulo, de cualquier parte del libro pero ella tiraba el libro y lo besaba. Hacían el amor cada tarde, cada noche después de ella haberle escuchado y cuando ella sentía que era suficiente para su saber. Le encantaba ver los ojos del chico, esos ojos azules que imitaban el tono del cielo despejado, que le daban paz y que la adentraban a lo inimaginable, a sus deseos internos. Observaba como los ojos de él seguían las palabras que encontraba en su lectura, como se movían sus labios rosados, delgados y largos. También le gustaban las manos del chico, cómo sostenía el libro con las dos manos y a veces solo con una mano mientras la otra estaba sobre la espalda de ella, acariciándola y acercándose más a ella. El chico no trabajaba, estudiaba y por eso sus manos eran finas y delicadas, como si estuvieran cubiertas por un guante de seda.

De vez en cuando su rostro se iluminaba cuando la miraba a ella, tan entretenida escuchándole, viéndole a él, deseando sus labios, deseando un beso, una caricia, deseando hacer el amor. El lenguaje de su cuerpo decía más que sus palabras, sus manos queriendo jugar con el pelo de él, sus piernas rozando las piernas de él, todo era muy sugestivo, todo había iniciado por el gusto de escucharle.

Ella se miraba como una mujer dura, como una mujer implacable, fuerte, nada amable, nada vanidosa. Era bella, a pesar de su edad tenía la piel bien conservada, se veía joven, quizás de unos diez años menos. Nunca la vi maquillada, con los ojos delineados o la boca pintada. Nunca la vi utilizando ropa atractiva siempre era con el uniforme de su trabajo, con el saco y la falda gris.  Era bello verla sonreír, tenía una sonrisa suave que invitaba a escucharla, a saber de ella y a interesarse en ella. Cuando sus ojos se miraban brillantes, simulaban un gesto de ternura, algo que no era común en ella. Parecía ser tierno con él, parecía ser cariñosa con él, como si fuera al hombre que amaba y que quería para toda la vida.

Nunca dejo que él tuviera la iniciativa, siempre controló ella todas las situaciones, todos los encuentros amorosos en su casa. Ya fuera en la calle o dentro de la casa, no dejó que le tocara la mano o que la besara sin ella saberlo. Tenía que recordarle su edad todas las veces que se veían, no podía andar de arriba para abajo como andaba él siempre que salían. No importaba la diferencia de edad, era una bonita pareja, se escuchaban y se consolaban. Me gustaba verlos juntos cada tarde o cada noche. Siempre fue como ella quería, algunas veces vi cuando él le sonreía de manera discreta para decirle sin palabras lo tanto que la amaba. Él solamente tenía quince años, empezaba una vida, no sabía que quería de la vida y qué sería su futuro. De lo que estaba seguro es que iniciaba una relación por el gusto de hacerlo, no tenía ninguna obligación para con ella.


Yo lo conocí a él estando con ella, estaban en el café de la esquina de mi casa. Todos los días se sentaban en la misma mesa, pedían lo mismo siempre. Un café con leche para cada uno y charlaban tanto que me gustaba verlos y de vez en cuando, tratar de escucharles, se agradaban juntos y me ilusionaba estar con alguien así como él, lo admiraba y lo quería para mí también. Me imaginaba agarrada de la mano con él, viajando todos los días, durmiendo junto a él, me empezaba a gustar más de la cuenta, más de lo que yo pudiera controlar. Supongo que no es fácil esconder el amor que uno siente por alguien, pues recordar a cada momento a esa persona florece una sonrisa pícara en el rostro, una sonrisa que motiva a contar la historia para uno.






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