Qué podría contar acerca de mi vida... podría contar muchas cosas, muchos momentos y muchas circunstancias por las que he pasado y me han hecho cambiar un poco. Podría también contar historias de mi niñez, de cuando entré a la etapa en la que una se convierte en adolescente o cuando cumplí veinte años, cómo me sentía y si realmente me sentía una persona adulta. Quizás serían historias que se convierten en anécdotas y pasaría un rato agradable recordando tanto y volviendo a sentir lo que pude haber sentido en aquellos momentos de mi vida. Realmente tengo muchas historias para contar como usted también tiene tantas historias para contar, para recordar, para transmitir cuando se está acompañado con una persona o con varias personas. En una fiesta, en una cena, en un desayuno o en un encuentro ocasional o planificado...
Momentos hay, para todo. Hay momentos para amar, para extrañar, para reír, para ser la persona que somos... Pero hoy, en esta noche lluviosa, donde las estrellas han quedado cubiertas por la nubes que llevan la lluvia, hoy la historia es para ti querido Leonardo. Quiero recordar y contar la historia de aquel día que nos conocimos, cuando me regalaste el libro de Virginia Woolf. Me pareció que la única manera que encontraste para acercarte a mi, para hablarme fue de aquella manera, regalándome un libro que pensabas que me gustaría, y así fue. Tenías el libro debajo tu brazo derecho y vestías el abrigo café, una bufanda beige y usabas guantes de cuero. Aquel día tuviste el valor de hablarme, así como tú lo cuentas a los amigos. Me habías visto antes, mucho tiempo antes, pasaron varios años antes de que me hablaras, antes de que te acercaras a mi, pasaron muchos años antes de todo. Recuerdo que me encantó el libro, el aroma que sentía cada vez que avanzaba hoja por hoja, que terminaba un capitulo para iniciar otro y la sensación que me dejó cuando lo terminé de leer.
Ese día no me enamore de ti, llamaste mi atención eso si fue claro. Después de aquel día quería más encuentros casuales contigo, fue tonto no darnos ninguna manera en cómo nos pondríamos en contacto... Pero te volví a ver dos semanas después frente al café donde me regalaste el libro. Ese día hablamos del libro y también de tu viaje a Rusia. Hablamos mucho, lo recuerdo. Yo sonreía muchas veces y me tocaba el cabello para llamar tu atención, quería que con tu mano tocaras mi cuello para acercarme y me besaras. Así quería que pasara y que el beso durara lo suficiente para que en las siguientes horas, leyéramos algunas partes que me gustaron del libro desnudos, después de haber tocado tu cuerpo, desnudo y descubierto por mi. Eso era lo que pensaba en aquella noche, supongo que estabas nervioso, siempre tenías algo en la mano. Si no era la taza, la servilleta, el papel que quedó luego de agregar azúcar a tu café, el individual, siempre tocabas algo pero no tocabas mi pierna o mi mano, sentía que te daba las señales para que lo hicieras y no fue así. Pensé que eras muy respetuoso, de aquellos hombres que una mujer se encuentra en la vida cada seis u ocho años.
Aquella noche nos despedimos. Salimos del café, roce con mis labios tu oreja izquierda, respire un poco tu loción para reconocer tu olor y aún así, estabas tranquilo y no intentaste nada ni ofreciste algo para hacer después. Pensé que te sonrojarías, pero tampoco pasó. Te besé la mejilla, terminé de colocarme la bufanda blanca y me fui. Pase a tu lado y así fue aquel adiós, pensé en regresar para besarte, pero cuando volteé la cabeza te habías subido a un taxi. Así que continúe caminando hasta llegar a casa.
Luego de mucho tiempo, te volvía a encontrar... la situación aquella vez era distinta. Aquel día inicia tu tragedia y para mi iniciaba la felicidad. Yo estaba enferma, escuchaba voces y se me complicaba mucho concentrarme. Estaba en tratamiento, consumía muchas pastillas durante el día para tratar de estar bien conmigo misma, me era difícil estar presente en la realidad, en el día a día. Yo seguía escribiendo, era lo único que me gustaba hacer y lo que me permitía estar en contacto con el mundo.
Nos volvimos a juntar frente al café de siempre, platicamos mucho y te conté sobre mi salud. Pareció que no le diste mucha importancia y fue ese día, que tocaste mi cuello con tu dedo índice. Lo deslizaste sobre mi cuello hasta mi media espalda, que era donde iniciaba la tela del vestido que tenía aquel día. Te vi directamente a los ojos y comprendiste que me gustó lo que hacías, viste mi mirada quebrada y mis labios, te inclinaste un poco hacía mi y me besaste. Pasó lo que esperaba, me gustó tu beso. Tenías labios perfectos para mi, no aquellos labios que son húmedos y aguados y que cuando los besas sientes la humedad de la saliva triplicada. Tus labios eran gruesos para poder morderlos de vez en cuando, no eran aguados y no caían cuando les besaba, así que me agrado mucho besarte.
El beso duró lo suficiente para luego ir a tu apartamento y jugar a desvestirnos. Recorrimos con una mano el cuerpo del otro y con la otra nos divirtamos un poco más. Besaba tu espalda larga, tocaba tus brazos sintiendo tu piel y mis piernas buscaban enroscarse en tus piernas. Aquella noche me sedujiste y me deje llevar, me sentía amada y sobretodo deseada, me sentí tuya. Nos quedamos dormidos y a la mañana siguiente nos vimos a los ojos y comprendimos nuestros sentimientos.
Así iniciamos a compartir nuestras vidas. Tal vez el haber vivido juntos fue tu mayor martirio y no dejaba que trabajarás como lo hacías antes. Durante el tiempo que compartimos me llamó la atención que seguías regalándome libros, termina de leer uno y al día siguiente me sorprendías con otro. Algunas veces sabías cuál libro quería y otras veces me sorprendías con un libro que no esperaba.
Sin embargo, habían libros que leía y que no me gustaban. Te contaba la historia, tu solamente sonreías y me besabas. Terminábamos en el piso, desnudos y felices. Cada vez que hacíamos el amor resultaba perfecto para mi. Tu piel sobre mi piel, tu aliento sobre mi cuerpo, tus manos acariciándome y me sentía tuya cuando miraba tus ojos, fijos, serenos, viéndome a mi. Me seguía sintiendo querida querido Leonardo y tu lo sabías.
Así como crecía mi cariño por ti, mi enfermedad seguía avanzando. Mis escritos, poemas y cuentos, contaban lo mal que me sentía, lo deprimida que estaba ya. Tomar las pastillas, me tenían harta, ir al médico me tenía harta, escuchar lo que debía hacer también me tenía harta. Quería descansar, alejarme de mi mal. Empezaste a entregar tu vida para mi cuidado, para que estuviera bien y no me faltara nada, pero luego de un tiempo me hartó. Sabía que estaba cometiendo una injusticia para ti, no dejaba que vivieras tu vida. Tu vida se convirtió en mi enfermedad, en estar remediando con mis voces, con mi falta de atención, con mis salidas fugaces a la calle. Yo reconocía mi mal pero tu no lo hacías, te aferrabas cada vez más a mi, a querer curarme y que estuviéramos bien. Habías olvidado que eso no volvería a pasar, el enfrentar la enfermedad era toda una lucha diaria y eso debilitaba todo.
Me aleje poco a poco de ti, tenía ganas de escribir y eso es lo que hacía. Empecé a escribir una historia sobre Elena. Una mujer madura, con una hija, lesbiana y que aún sentía amor por Francisco, su amor de juventud. La historia giraba sobre cuestionamientos. Cuestionarse el por qué de su lesbianismo, el por qué de su amor por Víctor, el por qué haber querido tener una hija, el por qué de su madurez, el por qué de sus diez años con Aurora, su pareja. Habían muchos personajes en la historia, todos giraban alrededor de Elena, sobre su frustración y sus ansias de querer sentir a la fuerza estar bien consigo misma a pesar de todo lo que ocurría en su alrededor.
Algunas veces te diste cuenta cuando me quedaba pensando y tu sabías por qué lo hacía. Comprendiste también tu papel en mi vida cuando me llamabas para que fuera a la cama a dormir, pero yo seguía escribiendo, deseando terminar la historia de Elena y descansar. Terminar la historia de Elena se hizo mi vida, las voces que escuchaba me ayudaron para escribir los diálogos de los personajes pero también mis pensamientos eran conocidos. Llegué a la conclusión de que alguien tenía que morir en la historia, pensé en matar a Elena porque cumplía con todas las características para matarse pero me pareció un acontecimiento esperado, así que debía pensar quien moriría en la historia. Pero quién debía morir, me preguntaba a mi misma y después de unos días encontré la respuesta. Mataría al personaje invisible, a quien cuenta la historia, al poeta, quien mejor haría lo que parecía correcto. Decidí que Francisco era la persona adecuada para matar, era quién contaba la historia, juntamente con Elena hacían fusionar las diversas historias que contaba y así terminaría el amor físico que Elena sentía por él y que su vida tuviera en respiro.
No sé en que momento pasó, porque no estoy segura, pero mi obra era mi vida, se adentraba a lo profundo de mi ser y me daba a conocer desnuda. El camino por el cual caminaba tenía varias bifurcaciones y no sabía cual tomar, cómo las historias que contaba. Empecé a jugar con mi vida, empecé a planear mi muerte. Sabía que me iba a suicidar así como había decidido matar a Francisco en la historia, pues era lo que parecía correcto. Yo quería que continuaras con tu vida, que la recuperaras y que vivieras.
Fue así como el seis de mayo, te escribí una carta.
Querido Leonardo:
Te agradezco por toda la felicidad que me diste, que me regalaste, por los momentos mágicos a tu lado, sabes que te llegué amar y que después de querer tanto, seguía junto a ti, como tú también lo hacías. Cuidaste de mi con paciencia y ternura, nunca escuche alguna queja tuya sobre mi comportamiento, sobre las voces que me hablaban y mi falta de concentración. Siempre quisiste estar a mi lado, deseaste con todo tu corazón que me recuperara algún día y que tus recuerdos junto a mi dejaran de ser solamente recuerdos.
Hoy te dejo, recuperas tu vida y lo que antes eras. Así como aquel día que me regalaste el libro de Virgina Woolf, así como te conocí volverás a ser sin mi. Tuve un sueño. Soné que regresaba a casa y que me había arrepentido de morir, pero fue solamente un sueño. Aquel día que salí corriendo para la estación del bus para irme a la ciudad, tenía planeado morir. Pero te diste cuenta de mi ausencia en la casa, saliste corriendo y me encontraste. Regresé y desde esa vez pensé en cómo moriría el día de hoy.
Quiero que sepas que tu has sido la persona que me dejó ser feliz, sé que estaba arruinando tu vida y tu sin mi vas a lograr trabajar, yo lo sé. Quiero que sepas que fuiste toda mi felicidad, fuiste paciente conmigo y realmente muy bueno para mi. Tengo la certeza de que una pareja como nosotros no existe y que tampoco han sido tan felices como lo hemos sido nosotros dos juntos. Todos los años entre nosotros, el amor, el tiempo y las horas...
Irene.
Terminé de escribir la carta, mis manos temblaban, la letra apenas si me salía bien a la hora de escribir. Lloré también, pero entre seguir viviendo contigo Leonardo y la muerte, preferí la muerte. Doble la carta, la coloqué sobre el comedor, me puse el sobrero, me abotoné el abrigo y salí de la casa. Caminé durante unos veinte minutos y llegué a la orilla del río. Busque piedras grandes, encontré cinco, agarré una a una y las iba guardo en las bolsas de mi abrigo. No me quite nada, me quede con el sobrero y fue como empecé a meterme en el río. Llegue al centro y el agua me llegaba al cuello, recordé el primer beso entre nosotros y me sumergí...